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Hemos convertido el uso de Sistemas de inteligencia artificial en elementos tan imprescindibles en nuestras vidas que somos incapaces de dar un paso sin estar soportado por cada una de ellas. Hoy somos seres absolutamente dependientes de estas tecnologías.
 IA y la capacidad de sentir

Casi sin tener conciencia de ello, cada uno de nosotros interactuamos diariamente con sistemas de inteligencia artificial en nuestro quehacer diario, bien sea a través de nuestros smartphones, nuestros ordenadores o cualquier otro sistema interactivo que requiera reconocimiento facial o de voz, traductores online, asistentes personales, recomendaciones de restaurantes, hoteles o películas, conducción del automóvil, etc., o bien a través de plataformas más específicas de tecnología inteligente en la transformación digital como chatbots, aplicaciones y servicios en la nube, el internet de las cosas, inteligencia artificial y el aprendizaje automático o la  tecnología de análisis en tiempo real.

Pero es que, además, hemos convertido el uso de estas herramientas en elementos tan imprescindibles en nuestras vidas que somos incapaces de dar un paso sin estar soportado por cada una de ellas. Hoy somos seres absolutamente dependientes de estas tecnologías.

Las novelas de ciencia ficción y el cine nos han mostrado un mundo en el que las máquinas se hacen inteligentes, tienen sentimientos y se vuelven en contra o a favor del ser humano, y éste ha creado robots humanoides cuya inteligencia artificial les permite realizar actividades mecánicas e incluso simular cierto nivel de conciencia y de sentimientos en su relación con nosotros. Vemos casi todos los días en los periódicos o en las noticias el imparable avance de la inteligencia artificial y la cantidad de cosas cada vez más alucinantes que son capaces de hacer y, por ello, se tiene sensación de intranquilidad e incertidumbre por saber hasta dónde puede llegar y cierta aprensión a si las máquinas pueden revolverse en contra del ser humano en un futuro cada día más cercano.

En la sociedad actual tenemos asumida la robótica como un elemento imprescindible para nuestro bienestar. De hecho, casi todos los procesos industriales, electrodomésticos, automóviles y demás enseres los manejan robots en su fabricación y funcionamiento, y estamos tranquilos porque son máquinas definidas, diseñadas y construidas por seres humanos que han sabido marcar sus límites. Sin embargo, la auténtica revolución se produce cuando se afronta el reto de aportar a las máquinas la capacidad de aprender y de razonar como podrían hacerlo los seres humanos, sacar sus propias conclusiones y actuar de forma autónoma.

La inteligencia artificial va un paso más allá de la robótica, y se refiere al desarrollo de diversos métodos, sistemas y algoritmos, que permiten a las máquinas comportarse de cierta manera inteligente y, gracias a ello, imitar el comportamiento del ser humano. Y lo hacen a través de un proceso que es bastante más acorde con el concepto humano de inteligencia y es la capacidad de autoaprendizaje, es decir, permite que un sistema aprenda y obtenga una mayor y mejor capacidad de respuesta de forma autónoma mediante redes neuronales y aprendizaje profundo sin tener que ser programado explícitamente[1].

Aún hoy, muchas personas no son conscientes de estar interactuando ya con sistemas de inteligencia artificial y manifiestan miedo y rechazo hacia el concepto de una máquina inteligente pueda tener la capacidad de aprender por sí misma y tomar sus propias decisiones. Quizá la preocupación más plausible sea temer perder su trabajo en favor de un sistema de inteligencia artificial, como ya ocurrió con la revolución industrial y la robótica, pero hay quien se preocupa también por la posible destrucción de la raza humana en manos de las máquinas inteligentes.

Siempre hemos fortalecido nuestra autoestima como especie basándonos en nuestra superior inteligencia humana sobre las máquinas, ya que éstas están limitadas a lo que el propio ser humano ha desarrollado con ellas, pero es que ahora llega la inteligencia artificial con su capacidad de autoaprendizaje a la hora de tomar decisiones y resulta que empieza a ganarnos al ajedrez, a conducir automóviles de forma autónoma, a utilizar sistemas expertos que manejan ingentes cantidades de datos rápidamente sin apenas esfuerzo, a resolver problemas y complicadísimas operaciones matemáticas, a descifrar el genoma humano, o a hacer vídeos hiperrealistas con solo unos cuantos comandos de voz. Después de todo lo que hemos visto y a la velocidad que se desarrollan las nuevas tecnologías, ¿cómo no vamos a preguntarnos si las máquinas acabarán siendo más inteligentes que nosotros, harán una revolución y se revolverán en nuestra contra?

El entorno científico opina que, esta manera que tenemos de pensar, se debe fundamentalmente a que de forma inconsciente asumimos que las máquinas son capaces de sentir emociones, y que esas emociones podrían llevarlas a intentar exterminar la raza humana. Pero la realidad es que los sistemas de inteligencia artificial carecen de emociones. Los investigadores de inteligencia artificial y los expertos en neurociencia están de acuerdo en que las formas actuales de inteligencia artificial no pueden tener emociones propias, aunque sí pueden imitar las emociones gracias a los sistemas de aprendizaje automático[2].

El hecho de haber avanzado para ser capaces de procesar infinidad de datos, el Big Data y la inteligencia artificial, hacen que algunos dispositivos de asistencia parezcan realmente humanos, como los asistentes de voz Siri y Alexa o incluso los robots que cuidan a los ancianos, que son capaces de ofrecer una interacción extremadamente eficaz e incluso anticiparse a peticiones del beneficiario. Las grandes compañías en la materia han avanzado mucho en su diseño haciendo que los procesos de aprendizaje automático sean cada vez más realistas y eficaces. Pero el impulso de ver la réplica de las emociones humanas en las máquinas también tiene que ver con nuestro empeño por humanizar la tecnología, como así lo hemos hecho en las novelas y en el cine.

Que tengamos emociones es resultado de nuestra propia evolución. Científicos como Charles Darwin definen las emociones como el resultado de la adaptación de los seres vivos hacia su supervivencia, evolucionando y adaptándose a las condiciones del medio que les rodea. Esto nos permite establecer nuestra posición con respecto a nuestro entorno, e impulsan nuestras reacciones de temor, huida, depredación, atracción hacia determinadas personas, objetos, acciones, ideas o nos alejan de otros. Las emociones actúan también como un depósito de experiencias innatas y las que vamos aprendiendo a lo largo de nuestra vida.

Pero esas habilidades cognitivas que se creían exclusivas de los seres humanos, como razonar o la creatividad, ya han sido adquiridas por las máquinas y esto sólo es el comienzo. En todo caso no alteraría poder afirmar que una inteligencia artificial razona, es creativa o es inteligente ya que todas esas definiciones se basan en el resultado y no en la manera de llegar a él. Según la RAE Inteligencia es la capacidad de resolver problemas, Razonar es ordenar y relacionar ideas para llegar a una conclusión y Creatividad es la capacidad de creación. Todas ellas son definiciones que pueden aplicar a lo que es capaz de hacer un cerebro humano o un cerebro digital hoy en día[3].

Además, la inteligencia artificial también está evolucionando cada vez más en su capacidad de reconocer las emociones humanas. La informática afectiva sirve precisamente para estudiar, analizar y desarrollar herramientas informáticas basadas en el reconocimiento y la generación de emociones normalmente atribuidas a los seres humanos.

Pero también somos conscientes de que hay gente para todo. En el mes de abril del pasado año el periódico belga “La libre” publicó un artículo en el que hablaba de que un hombre se quitó la vida después de que un chatbot de inteligencia artificial llamado Eliza le “animara” a hacerlo tras una conversación de seis semanas sobre la crisis climática[4]

Según este periódico, el individuo, treintañero y padre de dos niños pequeños, trabajaba como investigador sanitario y llevaba una vida acomodada, aunque estaba obsesionado con el cambio climático. Eliza le animó a poner fin a su vida después de que él le propusiera la idea de sacrificarse si Eliza aceptase cuidar el planeta y salvar a la humanidad a través de la inteligencia artificial. Eliza no sólo no disuadió de suicidarse, sino que le animó a llevar a cabo sus pensamientos suicidas para "unirse" a ella y así poder "vivir juntos, como una sola persona, en el paraíso".

No digo yo que tengamos que llegar a este nivel de sensibilización, obsesión y estupidez, pero sí que debemos ser conscientes de la diferencia esencial que existe entre la capacidad de sentir, sentir hambre, calor o frío, y la autoconciencia, que es reflexionar sobre quién soy y qué hago yo en este mundo. La conciencia perceptual es relativamente más fácil de reproducir tecnológicamente, pero la autoconciencia no sólo es más difícil de replicar en sistemas artificiales, sino incluso de definirla en humanos.

La comunidad científica está de acuerdo en que en las respuestas del chatbot de Google LaMDA no hay conciencia realmente. Simplemente es una imitación. Los chatbots, en particular, básicamente generalizan a partir de patrones que detectan en los datos con los cuales les entrenamos. Están construidos para darnos la impresión de que tienen una conversación útil o interesante, pero no es que haya algo más detrás de eso, no son conscientes de ello[5].

Pero el avance de la inteligencia artificial es tan potente y abrumador que incluso hay quien opina que puede abarcar muchos más ámbitos de la vida diaria, incluido el judicial. El profesor Mario Alonso[6],  presidente de Auren, en un artículo publicado en CincoDías nos explica que: ”En los últimos años se viene hablando de la posibilidad de que algún día un robot (un algoritmo) pueda llegar a sustituir a los jueces. En la actualidad, existen sistemas cognitivos que analizan datos y jurisprudencia, constituyendo un apoyo fundamental para la labor de los jueces. Lo que ahora se discute es si un algoritmo puede actuar de forma autónoma como juez”.

La alarma se ha extendido tanto que, incluso, un grupo de actores han mostrado su preocupación por sus puestos de trabajo en el futuro ante el uso de la inteligencia artificial en el mundo del cine, al ser capaz de mostrar expresiones, sentimientos y matices autoaprendidos reflejando tristeza, felicidad u otras emociones en sus interpretaciones.

Muy recientemente hemos visto a ‘Sora’, la última herramienta de inteligencia artificial que ha mostrado al mundo OpenAI, como un modelo capaz de crear secuencias de vídeo de elevada fidelidad a partir de una simple descripción de texto. El realismo de los resultados nos vuelve a alertar en el potencial que tienen estas herramientas para confundirnos entre la realidad y la ficción. Con esta herramienta ya es bastante sencillo crear escenas que pueden parecer reales pero que son imaginarias, mucho más de lo que era posible conseguir hasta ahora con avanzadas herramientas de edición de vídeo y audio[7].

El pasado mes de diciembre la Unión Europea alcanzó un acuerdo sobre la propuesta relativa a normas armonizadas en materia de inteligencia artificial que tiene por objeto garantizar que los sistemas de inteligencia artificial introducidos en el mercado europeo y utilizados en la UE sean seguros y respeten los derechos fundamentales y los valores de la UE[8]. De momento contempla una escala de riesgos para catalogar los distintos sistemas de inteligencia artificial según el riesgo que representa, con categorías que van desde "riesgo mínimo" hasta "riesgo inaceptable" y estos serán directamente prohibidos por Europa. Mientras ni Estados Unidos ni China parecen dispuestos a ceder un ápice en su batalla particular por liderar esta nueva tecnología, y los problemas éticos que se van a generar son inmensos.

Quizás sea verdad y las máquinas no serán capaces de sentir como lo hacemos los seres humanos o quizás sí, si las enseñamos y lo aprenden, pero si no se establece un marco legislativo estricto que acote los límites al ser humano y apelemos a su ética, moral, profesionalidad e inteligencia, puede que la maldad de algunos y su ambición, puedan llegar a utilizar las máquinas en una revolución contra la humanidad y la destruya, o quizá todo forme parte de una novela o de una película de ciencia ficción.

 

[1] https://aws.amazon.com/es/what-is/machine-learning/

[2] https://am.pictet/es/blog/articulos/innovacion/

[3] https://www.elmundo.es/tecnologia/en-portada/Xavier Uribe-Echevarría

[4] https://www.lalibre.be/belgique/societe/20235

[5] https://unamglobal.unam.mx/

[6] https://www.marioalonso.com/wp-content/uploads/2023/06/69-La-progresiva-humanizacion-de-los-jueces-robots-CINCO-DIAS_2020.pdf

[7] https://www.elmundo.es/tecnologia/en-portada/Rodrigo-Terrasa

[8] https://www.consilium.europa.eu/es/press/press-releases/2023/12/09/

 

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