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A los que disfrutamos (?) el siglo XXI, tambien nos han tocado, como a todos los hombres y en todos los tiempos, según dijo Borges, "malos tiempos en los que vivir". Estamos en la época de las paradojas  en la que todo parece realidad y ficción al mismo tiempo, como si nos precipitáramos sin remedio en el vacío del sufrimiento que provoca la incertidumbre, seguramente la manifestación más poderosa de este cambio de época en la que los humanos estamos inmersos sin saber muy bien lo que nos pasa.

Nos asalta y arrebata el síndrome de la impaciencia y, confundiendo progreso con velocidad, buscamos la satisfacción inmediata, no importa como, a través de uno y mil atajos.

En los últimos tiempos, a finales del siglo XX, era notorio que se  había producido una inversión ideológica, de forma tal que el respeto a los principios morales y eticos parecía condición necesaria para el éxito en los negocios. En expresión consagrada por Gilles Lipovetsky, podríamos hablar de una "oleada ética" que, básicamente, y más allá de los orígenes religiosos o históricos de este singular proceso, respondía a cuatro causas principales:

-La toma de conciencia relativa a la preservación del medio ambiente y de nuestro hábitat, consecuencia de una sucesión de catástrofes medioambientales, del efecto invernadero, la destrucción indiscriminada de nuestros bosques y mil despropósitos causados por la mano de hombre que, finalmente, se ha percatado (aunque no se si con demasiada conviccion) de que como ser hunano tiene una cierta "obligación de futuro" para con el planeta, debiendo contribuir cada día a satisfacer las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para cubrir sus propias necesidades. Eso, y no otra cosa, es la sostenibilidad.

-El relativamente nuevo (y fracasado) modelo económico del capitalismo de los años ochenta de pasado siglo: capital impaciente, especulación, resultados a corto, corrupción, desregulación, contabilidad creativa, fraudes, retribuciones indecentes, directivos endiosados... Los sucesivos y reiterados escándalos protagonizados por grandes empresas e instituciones, preludio de la gran crisis que nos constriñe y nos consume, han provocado la pérdida de confianza en la gran corporación y, sobre todo, en los sectores político, financiero y bancario. Aunque, ahora, esos mismos sectores busquen desesperadamente rehabilitarse y legitimarse socialmente a través de aparentes compromisos éticos que reinstauren la confianza en la empresa y devuelvan la credibilidad a los mercados, en muchos casos a costa de los ciudadanos que, como siempre, pagan en sus carnes el precio de la irresponsabilidad ajena.

-Con o sin crisis, la batalla económica, es decir, la lucha por la permanencia en mercados altamente competitivos, implica directamente a las personas. Aunque se prescinda de ellos de forma inmisericorde, crece objetivamente la importancia de los mal llamados Recursos Humanos, y nace como exigencia ineludible la necesidad de velar por la imagen y la reputación de la empresa, ingredientes básicos de una fórmula magica y feliz para que,  a través de una capacitación que nunca debe agotarse, se puesan captar y retener a hombres y mujeres con talento y transformarlos en profesionales competentes. Es la era de la competitividad.

-Es también la hora de la Responsabilidad Social, que supera y trasciende el gastado y antiguo "uso" de la ética con fines comerciales por, afortunadamente, otros comportamientos corporativos guiados por valores y compromisos explícitos (cumplimiento de la ley, transparencia, gobernanza, solidaridad) que constituyen ya una referencia obligada en el diario actuar de las empresas con todas y cada una de sus partes interesadas.

Las empresas, con independencia de su tamaño, son agentes productivos que forman parte de nuestro entorno y pilares esenciales del desarrollo social y económico. Hoy, mas que nunca, tienen poder y, por tanto, la obligación de asumir su cuota parte de responsabilidad, dando respuesta sin excusas a las preocupaciones que inquietan a los ciudadanos porque, en definitiva, la empresa (o la institucion, tanto da) es un proyecto común, hecho entre personas que persigue determinados objetivos (producir bienes y prestar servicios, que es su finalidad esencial) con algunas exigencias básicas: dar resultados, crear empleo, ser eficiente, innovadora y competitiva, y conseguir que la desigualdad no se instale en su seno. La nueva racionalidad impone que, además, todo eso se haga en un escenario mucho más humano y habitable donde se ensamblen y se conjuguen, sin estorbarse, las variables duras y blandas del llamado "management" empresarial, como señala Justo Villafañe. En este escenario, la Responsabilidad Social se configura como una forma de gestionar la empresa y las organizaciones, acorde con estos tiempos y con los nuevos roles y exigencias sociales. Y eso, llámese como se quiera, es un comportamiento ético: la búsqueda de valores y normas relativas a un"aquí" y "ahora", tal como nos enseño Aristóteles. Compartir valores está en la propia esencia de la ética cívica que debe ser siempre una ética de los ciudadanos (no de súbditos) y de la modernidad, además de una ética de mínimos: libertad, igualdad y fraternidad como valores supremos y fundamentales consagrados en todas las declaraciónes de los derechos del hombre y del ciudadano.

La ética, que es "esencialmente un saber para actuar de un modo racional", en definición de Adela Cortina, no se regala y, a nuestro pesar, no es fácil que la encontremos en muchas empresas. En el pecado va la penitencia: a cualquier institución, y las empresas lo son, que tenga como finalidad integrar a las personas en un proyecto común, se le debe exigir que genere confianza y, además, que actúe con una dimensión inequívocamente ética. Es decir, con transparencia sobre sus comportamientos -pasados, presentes o futuros- para dar seguridad a las personas a las que esa institución dirige su actividad. Seguridad y confianza. Mi actuación y mi comportamiento serán éticos si soy capaz de dar cuenta, sin enrojecer de vergüenza, de lo que he hecho, de lo que estoy  haciendo y de lo que pienso hacer en el futuro, en cualquier ámbito y sin límites en su aplicación.

Sin comportamientos éticos difícilmente pueden dirigirse e ilusionar a personas con base en relaciones de confianza. No hay, ni habrá porvenir para nadie, sin una conducta -personal, asociativa, empresarial o institucional- capaz de exigírse, de cumplir sus compromisos y de dar cuenta cabal de sí misma. De ser ética que es, en definitiva, una forma más de ser universal.

 

@jalmagro

 

 

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