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Mujeres: ¿sería conveniente un cambio?

Cuando una enciende la televisión para ver las noticias al final del día se pregunta qué estaremos haciendo mal como sociedad. Las imágenes son desoladoras. Vemos hombres cargando armas y disparando proyectiles en honor a la patria. Vemos muertes masivas, asesinatos sangrientos, adultos y bebés muriendo de hambre. Vemos políticos (en su mayoría con o) que justifican la violencia por venganza, dedicándose reproches y amenazas mutuas de devastación de la humanidad que se van engrandeciendo tan desmesuradamente como sus egos.

Cuando una enciende la televisión al final del día se encuentra noticias de fotos manipuladas de niñas desnudas, escándalos sacerdotales por abusos, y mujeres asesinadas a mano de quien se supone que las quiere. Se ve a un niño de catorce años desplomado por su incipiente hombría y los dos gramos de cocaína en los que la escondía. Cuando una enciende la televisión, ve crecer en su continente ideologías ultraconservadoras de la exclusión y escucha al presidente de una nación de cuarenta y cinco millones de habitantes confiar la educación sexual a la pornografía y prohibir el lenguaje inclusivo justificando que el masculino genérico está perfectamente asentado y no supone discriminación alguna.

Cuando una enciende la televisión al final del día, una se plantea si sería conveniente un cambio. Lo que hasta ahora servía, si alguna vez sirvió, ha dejado de hacerlo. Tener como modelo omnipresente de referencia y gestión la masculinidad hegemónica se antoja ya vetusto. ¿De qué sirven tantos logros materiales y tecnológicos si se desarrollan en el marco de una sociedad de la violencia, la desigualdad, la devastación de los recursos naturales y la imposición del individualismo frente al cuidado mutuo? ¿Merece la pena sostener un sistema sociopolítico y económico en el que el patriarcado secuestra la legitimidad de lo correcto y las experiencias de corresponsabilidad, la escucha del sufrimiento ajeno, o la aceptación de la propia flaqueza se tachan de debilidad?

Al final del día una piensa, quizás con razón, que pueda ser momento de dar carpetazo a este sistema. Ni violencia, ni machos, ni majadería. ¿Qué haría falta para convencer al mundo, y con ello a nosotras mismas, de que es posible otra manera? Si con ellos decidiendo no funciona, probemos a liderarlo nosotras. No con sus reglas, sino con empatía. No con la violencia como norma de resolución, sino con persistencia, comunicación y respeto a la vida. Basta de proceder por la periferia, y basta de adaptarnos a sus normas. Si el mundo está enfermo, alguien tiene que sanarlo. Unidas, feministas, probemos de una vez a gobernarlo.

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Opinión8M2024

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