Publicado el
Hace apenas unas pocas semanas publicaba un artículo titulado La ética secuestrada y terminaba mis comentarios afirmando que la ética quedaba secuestrada por la vida cotidiana, cuya abstracción ha eliminado el valor de las cosas y las personas. Pues bien; parece que la cotidianeidad, -después de dos años interrumpida-, ha vuelto como más embrutecida, más elemental en sus exigencias. Ese es el único referente que tiene la persona para evaluar su comportamiento, y es un referente que se ha hecho más pobre en recursos y más limitado en su alcance a la hora de evaluar el comportamiento de las personas, empresas e instituciones.La ética ha pasado a ser una cuestión casi exclusiva de la sociología o de la antropología.

La ética ha pasado a ser una cuestión casi exclusiva de la sociología o de la antropología. Pero esta afirmación merece nuevas precisiones, porque la cotidianeidad es una categoría fácil de entender, pero difícil de comprender en lo que significa un proceso único en contenidos y comportamientos objetivables a través del lenguaje natural[1]. El arranque de aquel primer artículo se concentraba en la pregunta ¿cabe redefinir la ética en el ámbito económico e institucional? Cada vez hace falta decidir menos cosas, leía en una reciente novela. Esta es la cuestión que la pandemia ha aumentado, porque, al final, las personas nos ahogamos en la añagaza pantanosa de las normas y los haceres, que los humanos nos damos y que también incumplimos a la hora de vivir. Por eso mismo, entiendo que la vida cotidiana secuestra la ética e impide a ésta ir más allá. Voy a intentar en el presente empezar a responder dicho cuestionamiento.

Desde hace más de doscientos años, la ética había quedado reducida a lo que la reflexión científica aportaba: el aquí, el ahora y los hechos que vivimos en relación con la intención y finalidad perseguida por las personas y las organizaciones. Con ello, la sociología del conocimiento y las teorías evolucionistas adquirieron especial protagonismo, y, por ende, la vida cotidiana fue casi el resultado final al que llegó toda la heurística científica.

En efecto, la metodología científica nos ha proporcionado magníficas descripciones de los comportamientos sociales y elaborado todo un conjunto de tipologías sobre las convicciones morales; pero el problema es que la ética no se reduce exclusivamente a la observación de lo que son los hechos y consecuencias en el comportamiento humano; la ética va, necesariamente, mucho más allá. Al estar tan determinada por las exigencias metodológicas de los saberes naturales y sus procesos de observación, la ciencia positiva tiene poco alcance para hablar de moral en profundidad y las ciencias sociales se equivocan o reducen mucho su quehacer, cuando ponen por encima la metodología y la descriptiva sobre el fondo de los problemas.             

Como acabo de comentar, la cuestión comienza con las aportaciones científicas, y en concreto con el evolucionismo y sus diversos tipos, que determinaron que la moral era una herramienta exclusiva para el funcionamiento y la mejor forma de organizar las relaciones sociales. El papel previo que tenía la religión, -junto con otros muchos saberes-, quedaba, con ello, del todo superada y el hecho del comportamiento moral se reducía a una estructura descriptiva de comportamientos y acciones que terminaban en ese tribalismo que enfrenta al nosotros y ellos. Así lo han expresado numerosos autores y el enfoque teórico de investigaciones posteriores[2]. Sin duda, la ciencia ha ayudado a comprender el funcionamiento social de la moralidad, pero no ha sido capaz de superar las visiones descriptivas de dichos comportamientos, reduciendo, a veces al absurdo, la propia comprensión de la ética a una especie de circulo vicioso donde al final todo se reduce al nosotros frente a los otros, que se convierte nuevamente en el principio original de la moral violenta de cualquier tribu. Como muchas veces sucede la parte se come al todo.

Pero si el ser humano es algo es un conjunto muy plural y centrífugo de los más variados y contradictorios conocimientos y comportamientos. La sociología o la antropología, siendo esenciales a la hora de comprender muchas cuestiones relacionadas con el comportamiento humano, resultan del todo insuficientes para hablar de ética en ese sentido absoluto en el que hablara Kant y la larga tradición filosófica. ¿O es que dicha tradición no tiene nada más que añadir en la actualidad a la hora de diferenciar el ser y el deber ser? Porque la realidad es que lo único que nos queda de moral con las citadas y magníficas investigaciones es un conjunto plural y fragmentario de normas y tipologías de comportamientos; es decir, una moral fragmentaria, que nos puede valer para describir lo que nos pasa en el día a día, pero poco más en la búsqueda de explicaciones y soluciones más profundas. La moral fragmentada se convierte en una vida que muere de moralina. Por eso mismo, y en favor de la sinceridad, pienso que en la actualidad no hay ética, si acaso una moral reducida a moralina y fragmentada en muy diversas normas de fácil incumplimiento. Nada más.

Pero, todavía, debo añadir, una nueva cuestión de importancia que deriva de la propia globalización tecnológica y dificulta, todavía más, la cuestión de la ética. Esa pluralidad de normas expresa un conjunto de sistemas separados unos de otros por reglas de actuación y lenguajes propios en lugar de una visión holística de toda la realidad. Esto significa que en la fragmentación de normas morales se suceden sistemas diferentes de funcionamiento con sus lenguajes, razonamientos y reglas propias; en la vida cotidiana se separan el entretenimiento de la economía y ésta de la política y la comunicación mediática como si tuvieran su estructura propia e independiente.

Estos sistemas y subsistemas están interrelacionados, pero con estructuras, lenguajes diferenciados y reglas propias en lo que respecta a las personas y a las propias instituciones. Creo importante subrayar lo que esto significa[3].  En este contexto de sistemas diferenciados, la ética no es que lo tenga difícil, lo tiene imposible. Precisamente, esto es lo que sucede en la política o en la economía donde si observamos sus entornos propios, la ética puede ser diferente o, simplemente no existir más allá de sus normas ya establecidas.

En este sentido, leía hace ya tiempo el siguiente comentario, que me permito transcribir literalmente: La cosa tiene un nombre: ética económica. Y tiene un misterio, sus reglas. Pero lo que yo supongo es que esto pertenece a ese tipo de fenómenos (como la razón de Estado o la cocina inglesa) que se presentan en la forma de un misterio porque tienen que mantener oculto el hecho de que no existen en absoluto[4]. Por eso, en España los ciudadanos estamos acostumbrados a que un responsable político engañe y mienta, continue aparentemente legitimado por la cobertura del Estado y no pase nada. También sucede en los medios de comunicación, donde parece no existir la buena información sino solamente el interés editorial del grupo de comunicación o la ideología por encima de cualquier planteamiento ético de fondo. Pero lo mismo sucede con la economía, donde el aliciente del mayor beneficio se pone siempre por encima de cualquier otra finalidad.

Por eso, desde hace ya muchos años, muchos pensadores e intelectuales han echado la ética de la política y la economía en favor de una especie de moralina normativa de diversa naturaleza. Con este equipamiento sucede lo más grave en la vida pública: que la ética se utiliza como herramienta de la lucha de unos contra otros; y no hay nada más inmoral que utilizar la ética como argumento para justificar la violencia.

Para hablar de ética se requieren otras andaduras.  La moral fragmentada deja de ser moral y se convierte en una moralina, cuya abstracción expulsa cualquier valor. La ética requiere coherencia, veracidad y una visión holística del por qué el bien y la virtud, suponen un cuestionamiento humano desde dentro de la persona hacia algo diferente al éxito, la victoria o la felicidad inmediata del sujeto individual.  La fragmentación sólo alcanza al corto plazo, es frágil, voluble como todas las tipologías. Precisamente este es el principal problema con el que se encuentran actualmente las empresas, instituciones y el propio ciudadano, que, en el fondo, no sabe por dónde tirar.

Siempre recuerdo la afirmación que personalmente me comentó el economista S. Zamagni en una reunión que mantuve con él en Salamanca hace ya más de cuatro años: la empresa -me decía- siempre tiende hacia el bien y si esto no sucede no es una empresa y menos todavía una institución pública. Siempre recuerdo aquellos comentarios, porque superan, en todo, la metodología descriptiva propia de la ciencia natural que aplican con exclusividad algunas ciencias sociales, pero olvidando otros argumentos más absolutos y fundantes. A mi modo de ver, la ética es una causa Justa que alberga valores absolutos e imprescindibles como el de la Justicia Social, la virtud y la propia verdad. Por eso mismo, ante la pregunta inicial y recurrente sobre lo que deben hacer las empresas e instituciones para desarrollar un comportamiento ético hay que buscar una ética sencilla, de bloque en su comprensión y de aplicación universal, que evite el deterioro social que sufrimos en el día a día. A este tema le quiero dedicar próximas reflexiones.

 

Referencias

J. Benavides Delgado & J. Fernández, Los límites de la sostenibilidad, Eunsa, Navarra, 2020.

P. Berger y Th. Luckmann, La construcción social de la Realidad, Buenos Aires, 1967.

J. Haidt, La mente de los justos, Deusto, Barcelona 2019.

J. Haidt & Greg Lukianoff La transformación de la mente moderna, Deusto, Barcelona 2019.

N. Luhmann,

            - Sistemas Sociales, Madrid 1972. 

            - La moral de la sociedad, Trotta, Madrid 1991.

P. Malo Los Peligros de la moralidad. Por qué la moral es una amenaza para las sociedades del siglo XXI, Centro de Libros PAPF, Deusto, 2021,

J. Antonio Molina, Biografía de la Inhumanidad, Ariel, Barcelona 2021.

 

[1] P. Berger y Th. Luckmann, 1967, pp. 31 y ss.

[2] Ver, por ejemplo, J. Haidt, 2019, pp. 145 y ss.; J. Haidt & G. Lukianov, 2020, pp.49-60 y ss.; P. Malo, 2021, pp. 188 y ss.; J. A. Marina, 2021, pp. 179 y ss., etc.

[3] Ver, por ejemplo, N. Luhmann 1991, p.39, 2014, p. 153; J. Benavides Delgado & J. Fernández, 2020, p. 132 etc.

[4] N. Luhmann, 1972, p. 185.

Artículos Relacionados: 

- Juan Benavides Delgado. "La ética secuestrada"

- Javier Barraca.  "La ética es una vocación, no un protocolo"

-Joaquín Fernández Mateo. "Tras la virtud en el Tecnoceno: mesura para la Cuarta Revolución Industrial"

-Ricardo Gómez Díez. “Sostenibilidad y ESG, dimensión integral y transversal de la Gestión y la Reputación”

- Cristina Valcarce Martínez. "La Ética del cuidado en nuestros mayores"

- Isabel López Triana. "La ética del propósito"

-Javier Camacho. Ética del comportamiento vs. Ética del cumplimiento

En este artículo se habla de:
Opiniónéticamoral

¡Comparte este contenido en redes!

 
CURSO: Experto en Responsabilidad Social Corporativa y Gestión Sostenible
 
Este sitio utiliza cookies de terceros para medir y mejorar su experiencia.
Tu decides si las aceptas o rechazas:
Más información sobre Cookies