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Estamos a las puertas del 8 de Marzo y, como cada año, se suceden las noticias en torno a la diversidad, igualdad y brechas de género. La mayor parte de ellas no son nada esperanzadoras.
¿Son posibles las empresas inclusivas en una sociedad excluyente?

Sin ir más lejos, el VIII Informe “Brecha salarial, suelo pegajoso y techo de cristal” revela que la diferencia salarial entre hombres y mujeres ha aumentado en 286 euros durante el último año, a pesar de que las sucesivas subidas del salario mínimo están contribuyendo a reducir dicha brecha. Estas noticias ponen en entredicho la inclusividad en la empresa porque no solo está aumentando la brecha salarial sino que también parece que los esfuerzos para reducirla vienen más de lo público (aumento del salario mínimo) que de lo privado e, incluso, que a pesar de contar con medidas externas a favor de reducirla, sigue aumentado. Las consecuencias son preocupantes: con las dinámicas laborales y salariales actuales se necesitarán 25 años para acabar con la brecha salarial de género.

Cabría, no obstante, plantearse, si también existe una atención excluyente en materia de diversidad e igualdad de género. Demasiadas noticias, informes, foros, publicaciones, muestras de medidas de apoyo concentrados en torno al 8 de Marzo, y muy pocas el resto del año. Estamos hablando de una exclusión durante 364 días al año. Todo ello es reflejo de una sociedad donde las discriminaciones se suceden en todos los ámbitos, cada vez que algo o alguien se salen de la norma, que un grupo de privilegiados han creado y mantiene como estándar de lo correcto, idóneo, adecuado o ideal.

El físico es una fuente de exclusión constante. La obesidad es una fuente de discrimación. La Asociación Bariátrica Híspalis Nacional relata algunas de las denuncias que reciben al respecto: jóvenes a los que nos les dejan entrar en discotecas por su peso; limitaciones a la hora de esquiar porque no hay ropa para determinadas tallas grandes. El 50% de las personas con obesidad se han sentido estigmatizadas en el lugar de trabajo porque se les ha tratado de perezosas o de falta de autocontrol.[1]

El mundo de la moda es muy excluyente. La mayoría de las marcas de gama media/alta no se adapta a la mayoría de la población femenina.[2] Lo que los desfiles y pasarelas de moda reflejan poco tiene que ver con lo que existe a pie de calle: reflejan un tipo de mujer y de belleza muy alejado de la realidad, que solo se ajusta a un canon de belleza impuesto por la industria de la moda y que es muy excluyente. Maia Eder, directora creativa de SKFK, defiende que la inclusividad en los desfiles pasa por trasladar a una pasarela lo que vemos en nuestro día a día[3].

La tecnología, que a menudo se nos vende como la herramienta más democratizadora, conectora e inclusiva, ha dividido el mundo, la aldea global en palabras de McLuhan, en dos facciones: los habitantes del mundo digital y los excluidos de dicho mundo porque no tiene acceso a las nuevas tecnologías o su acceso es muy limitado, como ocurre con los pueblos indígenas o con poblaciones de escasos recursos económicos y formativos que viven alejadas de los núcleos urbanos de muchos países de Latinoamérica, Asia o África.

Incluso las especies animales sufren discriminación. Paul Barnes, doctor en Antropología Medioambiental y director del Programa EDGE of Existence de la Sociedad Zoológica de Londres, señala que hay especies que reciben mucha atención y protección, como los elefantes, pero que otras menos conocidas y más minoritarias, como el aye aye, el gecko, el alimoche o el pájaro pico zapato están excluidas de los grandes fondos conservacionistas. Todas ellas son especies evolutivamente diferentes y únicas por su singularidad, la forma en la que viven y cómo se comportan.

La ciencia económica excluye del PIB mundial el trabajo no remunerado, generalmente asociado a todos los cuidados del hogar y la familia realizados por mujeres, a pesar que podría  representar entre el 50 % y el 80 % del mismo. La contribución de este trabajo sigue siendo ignorada por economistas, responsables políticos y la sociedad en general, entre otras cosas porque la teoría económica neoclásica, que sigue siendo el enfoque dominante, no considera el trabajo de cuidados como parte de la actividad económica.

Las consecuencias de estas ideas, poco inclusivas, es que las mujeres que no trabajan fuera del hogar son consideradas como “dependientes” en lugar de como contribuyentes a la economía de un país. La actividad del mercado es el valor máximo, privilegiado sobre todo lo demás, relegando el cuidado a un valor secundario. En muchos informes sobre actividad económica, o uso del tiempo, el cuidado de los niños, de las personas enfermas de la familia y el mantenimiento del hogar o no existen o se reducen a una pequeña nota a pie de página. Es muy difícil acceder a una igualdad real con una exclusión económica y de la economía.

En los últimos meses han sido bastantes las mujeres al frente de multinacionales que han decidido dejar sus cargos alegando agotamiento: Helena Helmersson, CEO de H&M, Susan Wojcicki, máxima responsable de YouTube, Marne Levine, responsable de operaciones de Instagram, Meg Whitman en HP, Ginni Rometty en IBM. También en la política ha habido renuncias de mujeres en cargos de poder por las mismas causas: Jacinda Ardern, Nicola Sturgeon y Sanna Marin, primeras ministras de Nueva Zelanda, Escocia y Finlandia, respectivamente.

Resulta fácil caer en el argumento simplista de que las mujeres son menos ambiciosas, no les interesa el poder, tienen menos aguante, capacidad o preparación que los hombres. Esta idea es una estrategia más de distracción para tapar el verdadero problema: un sistema de trabajo y una sociedad que antepone la vida, el cuidado y el bienestar a la productividad, el rendimiento y el éxito profesional. Una sociedad que excluye la posibilidad de vivir de forma equilibrada. También es verdad que al mundo parece no gustarle las mujeres con poder. La campaña de odio machista desatada contra la nueva temporada de la serie “True Detective”, porque en ella hay “demasiadas protagonistas mujeres en posiciones de poder”, así lo confirma[4].

Todo ellos son solo algunos de los múltiples ejemplos que reflejan que la regla imperante en el mundo es la exclusión: de las minorías, de lo diferente, de lo que no cumplen con la norma, que han establecido quienes ostentan posiciones de privilegio y poder, y se aleja de sus estándares. Siendo así me pregunto si es posible hablar de empresas inclusivas en una sociedad excluyente. Si es suficiente con implementar prácticas y medidas para favorecer la inclusividad o si necesitamos plantearnos una reforma del sistema, de los valores y principios con los que estamos viviendo, produciendo, trabajando y conviviendo. Quizás priorizar el cuidado de la vida, el bienestar y la sana convivencia sea  el mejor acto de inclusividad.

Desde luego titulares como “La igualdad de género es un buen negocio”, “La igualdad de género como factor de competitividad”, no me parece que ayuden a este cambio de valores. No podemos confundir el fin con los medios. La igualdad, la inclusión, la equidad deben ser un valor, un fin, por encima del negocio. Lo contrario puede derivar en que si la igualdad, la diversidad, la equidad o la inclusión dejan de ser negocio, dejen de tener valor, cuando son valores por sí mismas.

 

[1] “El estigma sobre la obesidad pesa más que los kilos”. El País 13/02/2024. https://acortar.link/HM3g95

[2] “Gordofobia y ropa: cuándo dejarán de decirnos en las tiendas que ‘no hay tallas tan grandes.” El País. 18/01/2024. https://acortar.link/EZXe0b

[3] Entrevista en Mujer.es. 20 minutos. 29/09/2023. https://acortar.link/Xfyu7i

[4] “La campaña de odio machista contra la nueva temporada de ‘True Detective’: “Hay demasiadas mujeres con poder”. El País. 21/01/2024. https://acortar.link/vuVVBE

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