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Forma parte de la aceptación general que para que la RSE funcione dentro de una empresa, es necesario que ésta disponga de personas que asuman unos valores y unos comportamientos éticos. Como las organizaciones no pueden ser verdaderamente éticas si no son las personas que la integran, la lógica del desarrollo de la responsabilidad social se basa no únicamente en unos criterios organizativos, unas normas, o una metodología sino que también requiere abordar la complicidad y el compromiso de las personas.

Asimismo, si pensamos en términos de generalización o expansión social de este enfoque de gestión, es necesario que la sociedad disponga de personas que reconozcan y premien las empresas que han asumido unos compromisos sociales. En consecuencia, sea como conductores internos o sea como inductores externos, la responsabilidad social necesita personas comprometidas.

De hecho, ya lo decían los clásicos y todos los que parten de modelos éticos: la responsabilidad, como la ética, radica en las personas, no en las organizaciones. La idea de que las personas jurídicas no tienen ética parece sensata, pero cuando hablamos de RSE entramos en un nuevo paradigma que quizás no es fácil de comprender: las organizaciones tienen unos valores, tienen un comportamiento, tienen unas actitudes y tienen, por tanto, unas responsabilidades. Por eso también hablamos de empresa ciudadana, una manera de decir que una organización tiene carta de ciudadanía, es un actor dentro de la sociedad a la manera que lo sería una persona física. Actúa y lo hace con unas actitudes determinadas, más allá de los valores que en su caso pudieran tener las personas que la conforman.
Hace unos lustros se generalizó un modelo de planificación estratégica que asumía que las organizaciones debían definir no sólo unos objetivos sino que tenían que dibujar una misión, una visión y unos valores corporativos. Era el primer paso en el nacimiento de un nuevo paradigma organizacional en el que una organización ya no es la media de los valores de las personas que la conforman sino que tiene unos valores respecto a los que sus integrantes deben alinearse. Así, la empresa que gestiona la RSE incorpora unos compromisos respecto a la sociedad, sensibles con las inquietudes de los grupos de interés. Y debe procurar que sus grupos de interés internos -¡como las personas!- se avengan a ellos. Y este proceso es el inverso de presuponer que las personas tienen una ética que procuran trasladar a la organización. Asimismo, la empresa que quiere poner en valor su RSE necesita que los grupos de interés externos  -¡como la clientela!- reconozcan su esfuerzo. Y por eso, a veces hay que convencer de las bondades del compromiso ante un ciudadano que puede preferir el precio a expensas de las consecuencias sociales de una cadena de abastecimiento infausta.

Hacer que la RSE funcione es una condición básica para asegurar hoy en día, en una sociedad y unos mercados complejos, el mundo pueda avanzar hacia la sostenibilidad en todas sus variantes, ambiental, económica, social, laboral ... No se alcanzará ningún sostenibilidad por arte de magia ni por compromisos vagos no gestionados ni por estándares sectoriales que sólo atiendan mejoras parciales. Ni por más que se verdee sin transparencia en la gestión. Pero la RSE sólo obtendrá la energía para funcionar si las personas están ahí. De otro modo no rendirá, no estará integrada dentro de la organización ni dentro del mercado.
Tiene sentido hablar de RSI?
Empecé a hablar de Responsabilidad Social de los Individuos (RSI) desde los inicios de mi dedicación a la RSE, en el 2004. De hecho, busqué apoyo para un proyecto de RSI, lo que me resultó imposible porque -según un alto directivo de una compañía- era un planteamiento demasiado atrevido o avanzado para el momento. Cuando aún no se sabía muy bien qué era la RSE, ¿cómo podíamos hablar de RSI? Tenía parte de razón, aunque también hay que decir que, por no haber reflexionado lo suficiente sobre ello, algunas empresas han desarrollado unos modelos de RSE al margen de las personas, puramente técnicos.

Pero me parece que ahora sí que ya es el momento de abordar la cuestión. Y no desde el modelo clásico de ética. Cuando hablamos de RSI no nos referimos a puramente a la ética (¿por qué deberíamos inventar un nuevo concepto para designar lo mismo?). Ni tampoco nos referimos a otras buenas prácticas como pueda ser el civismo o la buena vecindad. Hablar de RSI sólo tiene sentido como correlato necesario de la RSE. Y por tanto, el enfoque del RSI hace referencia al rol que los individuos deben asumir como vector necesario para que la RSE se desarrolle.

Debemos abordar la responsabilidad social de los individuos, en el sentido due que los ciudadanos, ya sea como consumidores, asalariados, inversores... somos un grupo de interés al que la acción de las empresas y organizaciones nos afecta y que al mismo tiempo podemos afectar al interés de éstas. Es por ello, que la RSI no pone el foco en la ética en un sentido amplio sino en cómo interactuamos con las empresas y organizaciones con las que nos relacionamos. En este sentido, preferimos no referirnos a las personas sino a los individuos precisamente porque no nos lo hacemos únicamente como parte de la organización o desde la proximidad o vinculación afectiva, sino que nos referimos como singularidades que asumen roles diversos (clientes, usuarios, asalariados, dirigentes, inversores, asociados, voluntarios ...) y en relación con organizaciones diversas.

No sería RSI la urbanidad, la buena vecindad o la educación de mi hijo ... Sí que sería RSI la elección de proveedores, de productos, el proceso de diálogo con una empresa para ayudarla a mejorar su RSE, o el proceso de alineación respecto al código ético corporativo, entendiéndolo como un proceso dialógico. Desarrollar el RSI requiere sensibilidad, identificar los impactos de nuestros actos, conocimiento de las pautas de conducta correctas ... Si realmente somos consecuentes, no tendría sentido que nuestro comportamiento dentro del marco de una organización o de otra, o en nuestra vida privada, o en una entidad no lucrativa, fuera absolutamente diverso.

Así, del mismo modo que no debemos confundir RSE, sostenibilidad o filantropía, tampoco deberíamos confundir RSI, ética o civismo. Pero necesitamos todavía argumentar si es necesario añadir una nueva sigla en el panorama de la RSE. Y consideramos que sí para referirnos globalmente a todo aquello -y sólo a aquello- que queda englobado dentro de la esfera de la relación del individuo con las organizaciones en cuanto a la gestión de la responsabilidad de estas. No me sirve hablar aisladamente de compra responsable sin gestionarlo conjuntamente con la manera como me relaciono con las organizaciones de las que formo parte. La empresa lo puede tratar de manera diferente, como trabajador, cliente o inversor, pero el individuo dispone de todo un montón de resortes que debe conocer y activar para ser un agente de cambio, un vector de desarrollo de la RSE. 

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